La familia en Navidad – Y llegó la Nochebuena

Ha llegado una de las noches más especiales del año: Nochebuena. ¿Cómo la celebráis vosotros? En familia, seguro. Igual que nuestra familia preferida, que ya lo tiene todo listo para sentarse en torno a una mesa repasando lo mejor y lo peor que ha llegado y está por venir. ¿Queréis leer lo que les ha ocurrido? No os perdáis nuestra sexta entrega del relato de Navidad: os vais a reír. Y seguro que encontráis parecidos con vuestra propia familia. ¿A que a vosotros también os ha ocurrido alguna vez? ¡Feliz Navidad! Y que paséis unas fiestas increíbles rodeados de todas las personas a las que queréis.

Capítulo 6: Y llegó la Nochebuena

La familia en Navidad – Y llegó la Nochebuena

Planes y más planes, compras y más compras, listas satisfechas tanto a última hora como en días precedentes… No había duda de que la familia sabía bien cómo enfrentarse a la Navidad; por más que algunos de sus miembros se tomaran los preparativos menos en serio que el resto. ¿Resultado? Ya estaban dispuestas las viandas sobre la mesa, los adornos enriquecían el ambiente navideño que se respiraba en la casa, el árbol de Navidad amenazaba con vencer ante el peso de los adornos y chocolates que sostenían sus ramas igual que lo haría un árbol frutal en plena época de cosecha… ¿Faltaba algo? Regaleta y Regalona hicieron un recuento mental del comedor contrastando el resultado con su lista, también mental; y no: parecía todo en orden. Y eso que sólo eran las ocho de la tarde. ¿O podría considerarse noche?
—Ya está lista la cena de Nochebuena.
Las palabras de Regaleta no obtuvieron respuesta. A sus espaldas, Regalona aplacaba su gusanillo (o serpiente pitón a juzgar por el ansia con que comía) con la bandeja de turrones, habiendo acabado ya con todo el de chocolate. Ante el silencio de su hija, Regaleta giró sobre sí misma encontrándose con Regalona en pleno banquete. Justo a tiempo: la mujer ya encaraba el turrón de yema.
—¡Hija! —Gritó Regaleta. Regalona detuvo la mano justo antes de agarrar un generoso pedazo de turrón—. ¡Que son para después de cenar!
—Es que no me puedo resistir… —dijo Regalona colocando las manos por detrás de su espalda—. ¡Tengo hambre!
—También yo. Pero habrá que esperar a que vengan todos.
—Y eso que les dije que estuvieran aquí a las ocho…

—¿Qué hora es? —Preguntó Regalón dejando su taza de café sobre el platillo que descansaba en la mesa—. ¿Cuándo teníamos que estar en casa?
—A las ocho —respondió Regalina despreocupada y sin apartar los ojos de la revista.
—Vale —Regalón no pudo evitar el tono irónico, repitiendo de nuevo la pregunta—. ¿Y alguien sabe qué hora es? ¿O tengo que imaginármela juzgando los rugidos de mi estómago?
—Las ocho y cuarto, papá —Regalino tampoco apartó los ojos de la pantalla de su móvil, respondiendo con todo el hastío que fue capaz de encontrar.
—¿Y no deberíamos estar ya en casa?
—No pasa nada —turno de Regalete. Éste no se entretenía con nada: le bastaba con abstraerse en el ambiente de la cafetería—. Ellas ya saben que vamos a llegar un poco tarde. Así ya estará casi todo hecho.
Los cuatro rieron sin tapujos y sin remordimientos de conciencia. No es que no hubiesen colaborado con la cena o con sus preparativos, pero sí que preferían abstenerse de estar por casa las horas previas a las celebraciones importantes: las dos matriarcas se mostraban excesivamente rigurosas con todo lo que implicaba poner a punto la casa. Así que, como era norma no escrita, Regalón, Regalete, Regalino y Regalina se ausentaron poniendo como excusa la compra de regalos de última hora. Algo que hicieron durante los quince minutos previos a abandonarse al descanso en una de las cafeterías del centro comercial. Si es que podía llamarse descanso a aquel alboroto que dominaba el ambiente del local.
—Es hora de ir marchando, ¿no os parece?
El resto asintió dándole la razón a Regalón.

—¿Dónde os habíais metido? —El tono de Regalona distaba mucho de ser afable—. ¡Son las nueve de la noche!
—La hora de cenar, ¿no?
Los cuatro entraron en casa dejando que Regalón fuera el mascarón de proa, pasando sin decir una palabra hasta el comedor para después retirarse los abrigos, dejarlos colgados del perchero y proceder a esconder las bolsas con los regalos que habían comprado. O con las excusas, porque eran más un motivo para escaparse que un detalle para regalar por Navidad.
—¿Está la cena? —Preguntó Regalino echando mano de la bandeja de turrones.
—Sí, ya está —respondió su madre quitándole el pedazo que había agarrado mediante un golpecito en el dorso de la mano—. Y ya sabes que no puedes comer turrón hasta después de cenar.
—Pero… Aquí faltan todos los de chocolate —Regalino ató cabos—. Ya te los has comido tú, seguro.
—Está bien… Toma un par de trozos y prepárate para cenar.
El tiempo transcurrió despacio y rápido a la vez. Por un lado, daba la impresión de que la Nochebuena se estiraba como un globo sin hinchar, sucediendo los acontecimientos tan a cámara lenta que los miembros de la familia se vieron a sí mismos sentándose a la mesa, colocando los platos, aperitivos y resto de viandas para sorprenderse con que, justo tras sentarse, no habían pasado ni quince minutos. Pero también observaron la celeridad del calendario, pareciendo que hubiese sido hace dos días la anterior Nochebuena. Nadie pronunció discurso alguno ni puso sus observaciones temporales en conocimiento de los demás, dedicándose exclusivamente a dar rienda suelta a sus maxilares deglutiendo los alimentos que se mostraban golosos a la vista y al gusto. Tras unos minutos en los que vieron esfumarse a los aperitivos más sabrosos (no hay nadie que se resista al jamón y a los langostinos), fue Regaleta la que interrumpió el entrechocar de los cubiertos con la vajilla.
—Antes de traer el primer plato —dijo ceremoniosa—, quiero contaros algo.
La familia alzó la vista de la omnipresente comida y guió los ojos en dirección a Regalona, sentada en el extremo izquierda de la mesa. Ella, tratando de incrementar la expectación, se levantó de la silla como lo haría el anfitrión de una cena de gala al dirigirse a sus ilustres comensales. De hecho, era justo eso lo que tenía en mente. Meditó su discurso, se hizo de rogar durante unos segundos en los que, de nuevo, pareció estirarse el tiempo, e inició el comunicado.
—Sé que este año ha sido difícil —“Ya estamos”, pensaron todos sin manifestar gesto alguno—. Hemos pasado días malos y algunos bastante peores… —a Regalona se le hizo un nudo en la garganta recordando momentos concretos—. Pero hemos salido adelante manteniendo la firmeza y la unión que nos caracteriza como familia.
El reloj parecía de chicle: se había estirado tanto que podía rodear perfectamente a las tres Gracias de Rubens. Y en vistas de que su auditorio comenzaba a mostrar signos de aburrimiento, por más que ellos trataran de evitarlo, Regalona remató la intervención de la forma más emotiva que pudo.
—En definitiva, podría decir que 2014 no ha sido un buen año. Pero sí que lo ha sido: me ha dado la enorme suerte de compartir trescientos sesenta y cinco días con vosotros. Podrían ser una eternidad —la familia no pudo reprimir la sonrisa—, pero no: los días han pasado como un suspiro. Y todo gracias a vosotros… —¿Lo diría? ¿Expresaría sus sentimientos? Al final sí—. Os quiero.
¿Cómo continuar una velada después de una declaración tan sentida? Regalona se sentó visiblemente emocionada, dando paso a Regalino que, sin preocuparse en esconder las lágrimas por el discurso, decidió suavizar la emoción añadiéndole una pizca de pimienta.
—Yo también os quiero —dijo alzando su copa de refresco—. Os quiero para que me regaléis la PlayStation.
Todos rieron. A continuación, Regalina imitó a su hermano.
—¡Yo os quiero para que me regaléis las entradas para el concierto de Gemeliers! —Más risas. Mezcladas con el disimulo de Regalona: se le había olvidado comprar las dichosas entradas.
—¿Puedo ir a por el primer plato? —Regalona siguió disimulando, levantándose para ir a la cocina—. ¿O alguien más va a reírse de mi confesión?
Todos negaron con la cabeza, por lo que la cena prosiguió entre más comida, más risas y nuevas conversaciones, dejando que las calorías campasen a sus anchas por los estómagos repletos de Navidad. Hasta que llegó la hora de poner el remate a la cena de Nochebuena, quedando ese honor en manos de Regalete y de la botella de Cava. ¿Volvería a ocurrir lo mismo que en la Nochevieja del 2003? Regalino y Regalina desearon que sí; el resto que no.
—¡Familia, voy a descorcharla!
Regalete, en el extremo contrario de la mesa con respecto a Regalona, sujetó firmemente la botella apretujándola al máximo contra su cuerpo, tratando así de maximizar la tracción y de no perder la fuerza cuando se disparase el corcho. Agarró éste con la mano derecha, lo estrujó cuanto pudo, fue extrayéndolo de décima de milímetro en décima de milímetro, controlando al máximo el estallido de las burbujas, tratando de dominar la furia que latía inerte en el contenido de la botella de Cava… Pero fue incapaz. Como si el corcho deseara dar su propia felicitación, y siguiendo los hechos acontecidos en el 2003, salió disparado de manos de Regalete para ir a impactar de lleno contra la lámpara, teniendo tal puntería que una de las bombillas se resquebrajó del casquillo reventando al instante y provocando una reacción en cadena que dio como resultado el estallido de los plomos. A oscuras, alumbrados sólo con el halo mortecino de las velas navideñas colocadas estratégicamente sobre la mesa, sin advertir que el Cava emanaba feliz de la botella desprotegida de su corcho, la familia CosasdeRegalo.com imitó a los plomos estallando a su vez en risas para luego, al unísono, entonar un “¡Feliz Navidad!”.
—Y que alguien me pase las copas…
Regalete, impotente ante la fuente de Cava, se amorró a la botella para detener el chorro.

Capítulos anteriores:

  1. Inicio de los preparativos.
  2. Un Black Friday para mamá.
  3. Hace falta un nuevo árbol.
  4. Venganzas, reproches e infusión caliente.
  5. Hordas de gente.

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