Ahora sí que estamos en diciembre, el mes por excelencia de la Navidad. Y se acabaron las excusas: hemos de ponernos cuanto antes con los preparativos, que luego ya sabéis lo que ocurre: prisas, estrés y embotellamientos. Por eso nuestra familia CosasdeRegalo.com decidió lanzar su lista de preparativos hace dos semanas, sabiendo que cuanto antes empezasen más garantías tendrían de concluir con éxito. Y hoy os traemos la tercera entrega de su particular cuento de Navidad, estando protagonizada por los dos patriarcas de la familia: Regalón y Regalete. Padre e hijo, compañeros y, algo habitual en ellos, también enemigos. Aunque siempre con cariño, que sus discusiones son sólo por tener disparidad de criterios. Como podréis comprobar en nuestra historia para este lunes…
Capítulo 3 — Hace falta un nuevo árbol
—¡Que no podemos comprar eso!
Siempre igual: padre e hijo eran incapaces de ponerse de acuerdo a la primera, acabando en discusión cuando entraba en juego cualquiera de sus opiniones. Algo que ocurría varias veces a lo largo de cada jornada; como en aquel justo momento: debían elegir un nuevo árbol de Navidad. ¿Quién llevaría la voz cantante? El abuelo, Regalete, trataba de imponerse asegurando que su árbol, con unos cuantos años en cada rama (su hijo se burlaba de él diciendo que ya estaba en casa durante la posguerra), aún era capaz de aguantar otras Navidades. Y el hijo, Regalón, trataba de que su progenitor se rindiera a la evidencia: a pesar de que siempre adornaban un árbol reciclado, a aquel había que reciclarlo definitivamente. “Como a ti”, se contuvo Regalón cortando la última frase en un arrojo de prudencia.
—A ver… —Regalete recapituló mentalmente mientras se frotaba la frente con la mano acumulando paciencia—. ¿Para qué necesitamos comprar otro árbol de Navidad si éste es capaz de aguantar perfectamente todo lo que le echemos? Míralo. —Regalete levantó el árbol artificial agarrándolo del tronco y lo puso en pie sobre su embalaje; el árbol, como queriendo llevarle la contraria, se vio desprovisto de un par de ramas que, precipitándose pesadamente al faltarles el sustento, fueron a dar contra los pies del abuelo—. Esto… Bueno, quizá sea algo viejo, pero no hay nada que no se pueda arreglar.
—¿Hablas de ti o del árbol?
—Qué gracioso eres, cómo se nota que disfrutas llevándome la contraria.
—Papá, no es que disfrute —Regalón apaciguó sus ánimos cayendo en la cuenta de que debía ser comprensivo—. Es que hay veces que no tienes razón y tú te empeñas en tenerla. Aunque también lo sepas.
—Pero…
—No pasa nada por comprar otro árbol, no se trata de un despilfarro. Éste nos ha acompañado suficientes Navidades; y ya es hora de que lo cambiemos: se está cayendo a pedazos —corroborando la aseveración, del árbol se soltó otra rama cayendo en el mismo sitio que sus hermanas—. ¿Ves? Lo llevaremos a reciclar para darle el final que se merece.
—Bajo este árbol tu madre y yo te pusimos un buen montón de regalos de Reyes —un halo de nostalgia detuvo su viaje en el tiempo justo en aquel instante embriagando a ambos familiares con una mezcla de recuerdos, sentimientos y, sobre todo, de buenos momentos vividos en común—. En sus ramas te colgamos esos chocolates que tanto te gustaban, ¿recuerdas? —Regalón asintió: de buena gana se hubiera comido uno; o varios—. Y las primeras Navidades de Regalino y Regalina, también allí estaba. ¿Te acuerdas de cuando Regalino se subió tratando de agarrar la estrella de la copa y tiró el árbol al suelo para después comerse todos los chocolates?
—Y pilló tal indigestión que estuvo dos días sin salir del baño…
Todos pensamos que los objetos son sólo eso: objetos. Elementos ajenos a nosotros que, simplemente, se han fabricado para hacernos la vida más útil, más entretenida o sólo más sencilla. Incluso todo a la vez. Pero no solemos darnos cuenta de que también son una esponja de recuerdos, consiguiendo que nos traslademos a la época en la que los utilizábamos con sólo usarlos de nuevo. O algo mucho más trágico: siempre que ya han desaparecido de nuestras vidas, llevándose con ellos un pedazo de nuestra propia existencia. ¿Sería eso lo que Regalete quería explicar a Regalón? El hijo lo tuvo claro. Y, por primera vez en mucho tiempo, tuvo que darle la razón a su padre.
—Está bien, se quedará en casa un año más —claudicó Regalón—. Pero sólo porque no me apetece llevarlo a reciclar…
Que claudicase no implicaba dar su brazo a torcer, por lo que el hijo se resistió a sacar la bandera blanca. No obstante, Regalete no incidió en el tema: supo que ambos se habían dejado embrujar por la magia de la nostalgia, encontrando que aquel árbol de Navidad era mucho más que un simple árbol: se había convertido en un testigo silencioso de la familia. Y, aunque en ese momento ninguno de los dos lo sabía, seguiría presidiendo las Navidades durante muchos años más,
—Vale, el árbol se queda. Pero hay que renovar algunos adornos.
—¿¡Cómo que hay que renovar nuestros adornos!?
¿Os habéis perdido los capítulos anteriores? Aquí los tenéis: