Último día del año, que se nos acaba el 2014… ¿Qué tal habéis pasado este año? Esperamos que, al menos, tengáis motivos más que suficientes para brindar por el próximo 2015 que está a punto de caramelo. ¿A que sí? Pues vamos a rematar cabos pendientes con la última entrega de nuestra Familia en Navidad. Sí, última en el blog; aunque no será la última de la saga, que tenemos preparada una sorpresa para el próximo día de Reyes. Pero no adelantemos acontecimientos, que hoy toca leer a la familia CosasdeRegalo.com en las campanadas. ¿Termináis con todas las uvas? ¿Os suele quedar alguna? Seguro que os veis reflejados en el relato, sonriendo más de una vez con las aventuras de los personajes. ¡Disfrutadlo!
Capítulo 7 — Unas campanadas de foto
El ambiente de fiesta se mascaba en la casa de la familia CosasdeRegalo.com, empapando hasta las motas de polvo más minúsculas que, ajenas a la opípara cena que permanecía a medio comer sobre los platos de la mesa, flotaban a sus anchas como un confeti casi invisible. Pero era la fiesta la auténtica protagonista, no el polvo; como evidenciaba cada uno de los miembros de la familia. Regalino y Regalina desenvolvían ávidamente sus bolsas de cotillón intercambiando aquellos elementos que ambos preferían del contrario; Regalón y Regalete compartían conocimientos vitivinícolas en torno a la botella de vino, asegurando cada uno que era de los mejores caldos que habían probado; por su parte, Regalona permanecía abstraída pensando en anteriores Nocheviejas, coincidiendo con ella misma en que la vivida con dieciocho años había sido la mejor; Regaleta no se encontraba sentada en la mesa, pero no tardó en volver portando en una mano la fuente con los racimos de uvas y en la otra seis platillos de porcelana decorados con un fino ribete en rojo muy cerca del canto.
—Venga —instó Regaleta colocando a cada uno de los comensales su respectivo platillo—, todo el mundo a prepararse las uvas. Que apenas queda media hora.
—¡Media hora! —Gritaron Regalino y Regalina a coro—. ¡Y tenemos que pelarlas y quitarles las pepitas!
Los chicos miraron a su madre suplicando con los ojos, pero ésta, rompiendo su ensimismamiento, negó rotundamente con la cabeza.
—Si queréis destrozar las uvas tenéis que hacerlo vosotros.
Tras la negativa, Regalino y Regalina miraron a su abuela. Ésta, tras sentarse en la silla acompasando el movimiento con un sonoro suspiro, esquivó las miradas de los nietos tratando con ello de no verse tentada por la súplica.
—Vuestra madre tiene razón: ya no tenéis ocho años.
Regalón y Regalete, cesando la discusión que enfrentaba en un duelo a muerte a Ribera del Duero contra Rioja, dejaron de lado el aura de “cuñao” y se enfrascaron en contar sus doce uvas adelantándose a la selección de los chicos. Aunque intercambiaron la selección frutal con la de los aperitivos, metiéndose entre pecho y espalda una generosa ración de todo lo mejor que aún quedaba sobre la mesa. Que era bastante, señal de que habían tardado demasiado en servir la cena.
—Veinticinco minutos para las doce…
Regaleta, obsesionada con la puntualidad, y después de que hubiese echado en cara al resto su pereza poniendo la mesa, se vengaba de sus congéneres embutiéndoles estrés con la cercanía de las campanadas. Algo en lo que colaboraba la televisión, retransmitiendo la cuenta atrás combinándola con conexiones delante del reloj, con el ambiente fiestero de la plaza y con todos los anuncios de felicidad, familia y productos navideños que salpicaban tan memorable acontecimiento. ¿Había alguna otra familia que no estuviese a punto de perder los nervios en aquel épico momento? Seguramente no. Y todos estarían en torno a la tele, como llevaba ocurriendo desde generaciones.
—Estoy en un grupo de WhatsApp en el que van a retransmitir las campanadas —comentó Regalina tras despepitar la séptima uva ayudándose de la punta de un cuchillo—. Me comeré las mías leyendo el móvil.
—Entonces no vas a llegar ni a la quinta —rió Regalón—: WhatsApp se va a caer antes de que terminen las campanadas.
—O le enviarán un “meme” entre medias para que se muera de risa y eche las uvas —intervino Regalino siguiendo la gracia.
—Y si… —turno de Regalete. ¿Habría tenido una idea de las suyas?—. ¿Y si apostamos a ver quién no puede terminar sus uvas?
—¿Y cuál sería la apuesta?
El resto de la familia quedó expectante ante la imaginación de Regalete. El abuelo se tomó su tiempo para elaborar una retorcida apuesta, poniéndola en conocimiento de los demás mientras la adornaba con una sonrisa tan pícara que bien podría haber competido con la de un maestro payaso.
—Los que no terminen sus uvas deberán enviar una foto a todos los contactos de su móvil —Regalete hizo una pausa añadiendo dramatismo—. Y en esa foto… —nueva pausa: Regalete se hacía de rogar—. Tendrán que aparecer adornados por el resto de la familia.
—Tampoco es una apuesta demasiado arriesgada —comentó Regalón.
—No te creas —rió Regalete—. Con el espumillón se pueden hacer maravillas.
Manteniendo la apuesta en mente, y sabiendo lo retorcidos que podían ser los miembros de la familia cuando se trataba de participar en un reto tan creativo, todos se dispusieron las uvas delante manteniéndolas ordenadas y accesibles, dejando de lado el resto de viandas en favor de prepararse mental y físicamente para las campanadas. Haciendo un poco de historia, pocos eran los que no solían comerlas, manteniendo un historial de éxito que, incluso, podría tacharse de impecable.
—Tres minutos —cantó Regaleta.
Últimos comentarios antes de la hora H en los que todos se envalentonaban afirmando que no serían los perdedores. ¿Y si realmente no los había? Regalete no había planeado nada para ese supuesto, por lo que el Año Nuevo empezaría tal y como acostumbraba.
—Dos minutos.
Risas, burlas y más risas: la Nochevieja transcurría tan rápido como llena de nervios. Doblemente acuciados debido a la dichosa apuesta.
—Un minuto.
El estrés sobrevolaba el ambiente como un ejército de drones revolotea el campo de batalla. La tele nunca había sufrido tanta atención.
—¡LOS CUARTOS, LOS CUARTOS!
Llegó el momento de la verdad. Tal y como haría un grupo de carteristas paseando entre la muchedumbre, se mantenían expectantes y con los dedos cerca del objetivo mientras esperaban el momento de agarrar la presa. Y éste llegó apenas unos segundos después.
“¡TON!”
No hubo problemas: todos se introdujeron la primera uva procediendo a su masticación. El jugo se esparció por sus bocas vacías regando con dulzura los paladares mientras las pepitas se incrustaban sin piedad en los huecos de las muelas. Menos en el caso de Regalino y de Regalina, que habían despepitado previamente la fruta.
“¡TON!”
Segunda uva. Todos se miraban seriamente.
“¡TON!”
La imagen del reloj permanecía fija en la pantalla.
“¡TON!”
Cuatro uvas, la cosa avanzaba.
“¡TON!”
Otra más: la boca comenzaba a llenarse.
“¡TON!”
A pesar de que el amasijo de uva, zumo, pepitas y saliva ya era importante, ninguno daba muestras de desfallecer.
“¡TON!”
“¡TON!”
Con la octava las miradas dejaron de ser incisivas para recogerse en el sitio dedicándose exclusivamente a mirar el plato con las uvas que aún faltaban por deglutir. Algunos se mostraban más afianzados en su empeño de comérselas que otros, pero todos mantuvieron la entereza suficiente para seguir avanzando en la prueba.
“¡TON!”
Tras la novena campanada, que vino acompañada de la respectiva novena uva, las tornas cambiaron para Regalete. Rompiendo su concentración, la última uva estalló de manera diferente en la boca soltando el zumo directamente en la garganta y consiguiendo con ello que el abuelo se atragantase. Por lo que el resto fue ya inevitable, viniendo la tos, la imposibilidad de retener todo el amasijo en la boca y, obviamente, arrojándolo a la mesa sin poder atinar al platillo que aún conservaba las tres uvas. Los demás, observando la escena, y viéndose contagiados por la risa, estallaron al unísono como un grupo de aspersores que riega el césped de buena mañana, perdiendo instantáneamente la apuesta y lo que tenían en la boca. Además de perder las tres campanadas que restaban, empezando el 2015 con un concierto de carcajadas que vino seguido del pertinente brindis conjunto. Una vez se repusieron del incidente, claro.
—¿Y qué vamos a hacer con la apuesta? —Preguntó Regalino mientras se colgaba una guirnalda del cuello.
—Tendremos que hacer una foto de familia —contestó Regalete.
—Y enviársela a todos… —añadió Regalina temiendo las bromas de sus amigos.